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viernes, 9 de marzo de 2012

Romanos 9 LA JUSTICIA DE DIOS ARMONIZADA CON SU TRATAMIENTO DISPENSACIONAL

Cómo trató Dios a Israel en el pasado
Capítulo 9
Después de conducirnos por todo el camino que media entre la esclavitud y la condenación de los capítulos 1, 2 y 3 a la libertad, justificación gloriosa y la unión eterna con Cristo del capítulo 8, el apóstol pasa a considerar un orden muy distinto de asuntos. Sabe muy bien que muchos de sus lectores son judíos piadosos y devotos que han aceptado a Cristo como Salvador y Mesías, pero que pasan por un período de gran perplejidad y preocupación porque constatan que su propia nación se endurece contra el evangelio y que los pecadores gentiles se vuelven al Señor. Están al tanto de que los profetas han predicho que Dios realizará una gran obra entre los gentiles, pero estuvieron acostumbrados a pensar que ese acontecimiento seguiría a la completa restauración y bendición de Israel y que sería una consecuencia de ella. Israel florecería y llenaría la faz de la tierra con frutos. Los gentiles vendrían a su luz y encontrarían felicidad sujetándose a ella.
Pero ahora, al parecer, todas las profecías sobre las cuales basaron sus esperanzas no se han cumplido y el problema que se les presenta es ¿cómo puede Pablo reconciliar la proclamación de la gracia libre a los gentiles de todo el mundo, aparte de la sumisión a los derechos relacionados con el antiguo pacto? El apóstol encara magistralmente el problema en los tres capítulos que ocuparán nuestra atención, y demuestra que la justicia de Dios armoniza con sus métodos dispensacionales. Esta porción de la epístola puede separarse en tres subdivisiones. El capítulo 9 muestra el método que Dios empleó en el pasado con Israel cuando El le eligió por la gracia; el 10, la forma cómo trata a Israel en el presente en lo que respecta al gobierno disciplinario, y el 11 cómo tratará Dios en el futuro a Israel de acuerdo a las profecías.
¿Quién puede abrir la Biblia en el capítulo 9 de esta epístola sin sentirse conmovido por las palabras sinceras que emplea el apóstol al referirse a sus hermanos según la carne? Insiste en que los ama intensamente y que su corazón está siempre preocupado por ellos. Nadie pudo amarlos más que él. Es posible que creyeran que la misión que se le había encomendado de dar el evangelio a los gentiles lo hubiera separado de ellos, pero es evidente, por lo que afirma en esta porción de la carta y la parte final del libro de los Hechos de los Apóstoles que siempre hubo en su corazón un gran amor hacia su propio pueblo con el propósito de darles su propio testimonio, aunque recalcó su misión como apóstol de los gentiles. Su ministerio se dirigió siempre primero a los judíos y después a los griegos.
En cuanto al versículo 3 existe disparidad de opinión entre gente piadosa y erudita. ¿Quiso decir el apóstol que hay momentos en que él quisiera, si eso fuera posible, salvar a sus hermanos y ser condenado por Cristo y que estaría dispuesto a hacerlo? ¿O quiere decir simplemente que comprende perfectamente bien el modo de sentir de los judíos piadosos que detestan a Cristo como resultado de un celo equivocado, puesto que hubo un tiempo en que Pablo mismo prefirió ser condenado por Cristo con tal de permanecer junto a sus hermanos en la carne? Si aceptamos este segundo punto de vista, entonces tenemos en el pasaje la expresión de los sentimientos intensos que el apóstol alberga hacia los judíos inconversos. Si se acepta la primera posición, como lo hace quien estas líneas escribe, quiere decir que colocamos a Pablo en la misma plataforma que a Moisés cuando exclama: "Bórrame de tu libro, si es posible, con tal que esta gente viva". Sea cual fuere el criterio que aceptemos, lo cierto es que el pasaje traduce el gran interés que siente por su pueblo.
En los versículos 4 y 5 enumera las grandes bendiciones que pertenecen a Israel. Dice que les corresponde "la adopción —literalmente, el lugar que ocupa el hijo—, la gloria, el pacto, la promulgación de la ley, el culto y las promesas, de quienes son los patriarcas, y de los cuales, según la carne, vino Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén".

Consideremos estas bendiciones en su orden: Primero: El lugar que ocupa el hijo. Dios había considerado a la nación de Israel como a su hijo.
Debe recordarse que no se trata de la adopción individual del Nuevo Testamento, tal como la tenemos en la epístola a los Efesios y como ya la hemos considerado en el capítulo 8 de nuestra carta. Se trata de una adopción nacional, no individual. Dios pudo decir de Israel: "De Egipto llamé a mi hijo" y: "A ti solamente he conocido de entre todas las naciones de la tierra". Eran suyos, y así los consideró Dios.
Segundo: La gloria. La gloria es la manifestación de la excelencia. A través de ellos Dios manifestaría la excelencia de su gran Nombre. Eran sus testigos.
Tercero: Los pactos. Debe tomarse buena nota que todos los pactos pertenecen a Israel: el pacto abrahámico, el pacto mosaico, el pacto davídico y el nuevo pacto. Todos pertenecen a Israel. Los gentiles entramos en las bendiciones del nuevo pacto porque es un pacto de pura gracia. Pero cuando Dios dice por medio del profeta: "Yo haré un nuevopacto contigo", tiene en vista a Israel y a Judá. Cuando el Señor instituyó la cena memorial dijo: "Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama para la remisión de pecados". La sangre del pacto ya ha sido derramada, pero el nuevo pacto no ha sido hecho todavía, aunque lo será algún día con la gente de la tierra. Mientras tanto, los gentiles redimidos están bajo las bendiciones espirituales de este pacto —y efectivamente, de todos los demás pactos—, en una forma tal que supera a todo cuanto pudieron anticipar los profetas del Antiguo Testamento.
Cuarto: La promulgación de la ley. Ya vimos que la ley fue dada a Israel. Se dirige a Israel. Jamás fue dada a los gentiles como tales, aunque todos los hombres son responsables tan pronto como conocen sus mandamientos.
Quinto: El culto. Dios ordenó un culto ritualista de significado maravilloso y de gran hermosura para ser usado en el tabernáculo y en el antiguo templo, pero para la Iglesia de Dios no existen ni sombras de prácticas ritualistas. Al contrario, en Colosenses 2 se nos previene contra ellos en términos que no dejan lugar a dudas.
Sexto: Las promesas. Naturalmente, se refiere a las muchas promesas de bendiciones temporales bajo el reinado mesiánico y en la era del reino.
Séptimo: Los patriarcas, Abraham, Isaac, Jacob y los demás, pertenecieron al pueblo terrenal. El pueblo celestial carece de genealogías para consultar, está separado totalmente del linaje humano. La Iglesia fue escogida en Cristo desde antes de la fundación del mundo. Pero a Israel la contemplamos como descendiente de los patriarcas, aunque, como el capítulo muestra más adelante, no todos los considerados como de Israel, son de Israel según la carne.
Cristo vino de este pueblo, nacido de una virgen, hombre real con un cuerpo real de carne y huesos con alma y espíritu racional. Con todo, en cuanto al misterio de su persona, "es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos de los siglos."
Al judío fiel que estaba anclado en las promesas del Dios de Israel, le habrá parecido que habían fracasado en buena parte, porque si no fuera así, ¿por qué habría Israel de ser puesto a un lado nacionalmente para que los gentiles la reemplazaran en la recepción de las bendiciones? El apóstol sigue ahora a demostrar que Dios siempre procede sobre el principio de la gracia soberana. Que todos los privilegios especiales que Israel ha disfrutado, hay que atribuirlos al mismo principio. Dios los sacó de en medio de las naciones para constituirlos en pueblo elegido, separándolos para Sí mismo. Pero tuvo siempre en mente a un pueblo regenerado como el pueblo de la promesa. No todos los que nacían de la sangre de Israel eran de Israel, tal como Dios los reconocía. Como tampoco los que eran de la semilla natural deAbraham eran necesariamente hijos de la promesa. En la gracia de elección Dios le dijo a Abraham: "En Isaac te será llamada descendencia", lo que quiere decir que escogió pasar por encima de Ismael, el hijo nacido según la carne, y tomar a Isaac, cuyo nacimiento fue milagroso. Con esta actitud Dios ilustra el principio de que "no los que son hijos según la carne son los hijos de Dios, sino que los que son hijos según la promesa son contados como descendientes". Qué mazazo terrible da esta afirmación a las pretensiones de quienes vociferan a todo pulmón en nuestro día lo que ellos llaman la paternidad universal de Dios y la hermandad del hombre. Bien claramente se nos dice que los hijos de la carneno son hijos de Dios. Y esta afirmación enfatiza la misma verdad que Jesús dijera a Nicodemo: "El que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios".
Isaac es el hijo de la promesa. Dios había dicho: "Al tiempo señalado volveré a ti, y Sara tendrá un hijo". Humanamente hablando, hubiera sido imposible que la promesa se cumpliera, pero Dios hizo uso del poder de la resurrección con el que avivó los cuerpos envejecidos de los padres de Isaac, y la palabra se cumplió.
Más tarde vemos que opera el mismo principio de la gracia de elección en el caso de los hijos de Isaac y Rebeca, porque se nos dice: "Cuando Rebeca concibió de uno, de Isaac nuestro padre (pues no habían aún nacido, ni habían hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama), se le dijo: El mayor servirá al menor. Como está escrito: A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí" (versículos 10 al 13).
iCuánta controversia estéril ha girado alrededor de este pasaje! Porque contemplándolo desde el punto de vista del tratamiento dispensacional de Dios, es claro y sencillo. Aquí no se trata de la predestinación de unos al cielo y de otros al infierno. En realidad, en este capítulo no aparecen asuntos de índole eterna, aunque, por supuesto, siguen naturalmente los resultados del uso o abuso de los privilegios que Dios dispensa. Pero aquí no se nos dice, ni en ninguna otra parte de las Escrituras, que antes que las criaturas nazcan Dios tiene el propósito de enviar a unos al cielo y a otros al infierno, salvando a unos por gracia a pesar de todas sus malas obras y condenando a otros a la perdición a pesar de todas las ansias por algo noble y superior que haya podido haber tenido. El pasaje se refiere pura y exclusivamente a privilegios dispensados aquí sobre la tierra. El propósito de Dios era de que Jacob fuese el padre de la nación de Israel y de que por medio de él viniera al mundo el Señor Jesucristo, la Semilla prometida. También había predeterminado que Esaú fuese un nómade del desierto, el padre de los edomitas, que siempre han tenido esta característica. Esto es lo que supone el decreto prenatal: "El mayor servirá al menor". Y obsérvese que las palabras: "A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí", no fueron dichas por Dios antes que naciesen las criaturas, cuando no habían hecho ni bien ni mal, sino que están tomadas del último libro del Antiguo Testamento, Malaquías 1: 2, 3: "Yo os he amado, dice Jehová; y dijisteis: ¿En qué nos amaste? ¿No era Esaú hermano de Jacob? dice Jehová. Y amé a Jacob, y a Esaú aborrecí, y convertí sus montes en desolación, y abandoné su heredad para los chacales del desierto".
Veamos qué está en juego. Dios está rogando a los hijos de Jacob que le sirvan y obedezcan en base a que es indudable que El tiene derecho a ser obedecido: en primer lugar, porque es el Creador de todas las cosas, y en segundo lugar por los privilegios y bendiciones terrenales que les ha proporcionado. Hablando, pues, comparativamente, Dios amó a Jacob y aborreció a Esaú, vale decir, que dio a Jacob una hermosa tierra, bien regada, productiva y agradable. Además, le dio una ley santa, guías que encaminaran al pueblo, profetas que lo instruyeran y un sistema ritualista completo y expresivo que encauzara el corazón de la gente en cultos de adoración y alabanza. Todo esto le fue negado a Esaú. El y los suyos fueron los hijos del desierto. Jamás leemos que tuvieran profetas, aunque no estuvieron desprovistos de ciertos conocimientos acerca de Dios. Esaú recibió instrucción de labios de sus padres, pero vendió la primogenitura por un plato de lentejas. Sus descendientes se han caracterizado siempre por el mismo espíritu de independencia carente de ley. Desde el punto de vista dispensacional, Jacob fue amado y Esaú aborrecido, pero como individuos no hubo con ellos ninguna diferencia. "De tal manera amó Dios al mundo" —dice la Escritura. Por consiguiente cada hijo de Jacob y cada hijo de Esaú puede salvarse, si quiere. Nadie disputa el hecho que Jacob y sus descendientes disfrutaron privilegios terrenales y espirituales también, que Esaú y sus hijos jamás conocieron. ¿Es Dios injusto al hacer distingos entre las naciones? ¿Es injusto en la actualidad, por ejemplo, porque otorga privilegios a la gente del norte de Europa y de América que los habitantes de África Central y de algunas partes del interior de la América del Sur nunca han conocido? De ninguna manera. El es soberano. El distribuye sobre la tierra las naciones de gentes según le parece bien, y aunque escoge a alguna nación y pasa por alto a otras, eso no afecta en lo más mínimo que cualquier persona de cualquier nación pueda volverse a Dios arrepentida, y si cualquier persona bajo el sol en cualquier circunstancia mira a Dios, no importa cuál sea su ignorancia, confiesa su pecado y clama por misericordia, para ella están escritas las palabras: "Todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo".
El apóstol Pablo cita las palabras que Dios dijo a Moisés: "Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca".
Obsérvese que aquí no aparece el aspecto negativo. Dios no dice: "Condenaré a quien yo condene, o voy a reprobar a la destrucción eterna a quien repruebe". No existe tal propósito en la mente de Dios, quien "no desea la muerte del pecador, sino que todos se vuelvan a él y vivan". ¿Cuándo dijo Dios a Moisés tales palabras? Busquémoslas en Éxodo 33: 19. Leamos todo el pasaje para descubrir en qué ocasión las pronunció Dios. Israel había perdido todo derecho a reclamar las bendiciones basadas en la ley, había forjado un becerro de oro e inclinado ante él mientras Moisés se encontraba en el monte recibiendo las tablas del pacto. Así violaron el primero de los dos mandamientos antes de llegar al campamento, luego de declarar unos días antes: "Haremos todas las cosas que Jehová ha dicho y obedeceremos". Por causa de esto Dios estuvo a punto de raerlos de sobre la faz de la tierra, pero Moisés el mediador abogó por ellos delante de la presencia de Dios. Hasta se ofreció a morir por ellos, como ya vimos, si con ello conseguía desviar el gran enojo del Señor. Pero observemos ahora las maravillas de la gracia soberana: Dios se refugia en su propio derecho inherente para suspender el juicio, si es que así le place a El. Por eso exclama: "Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca". El hecho es que perdonó al pueblo, haciendo así que éste fuese un testimonio elocuente de su gracia. Si no fuera por esta gracia soberana, nadie se salvaría, porque todos los hombres hemos perdido todo derecho a la vida por causa del pecado. Israel debió todas sus bendiciones, como nación, a la misericordia y compasión de Dios, cuando en justicia debieron haber sido cortados de la tierra de los vivientes. Si plugo después a Dios entrar en trato con los gentiles y mostrar a ellos misericordia, ¿de qué tiene que quejarse Israel?
Por eso dice el apóstol: "Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia". El no pone al lado la voluntad del hombre, no declara que el hombre no tiene responsabilidad al correr por la senda de la justicia, pero sí declara que, aparte de la soberana misericordia de Dios, ningún hombre querría ser salvo o querría andar en el camino de los mandamientos de Dios.
   En seguida el apóstol se refiere a Faraón, porque es evidente que nadie puede aceptar lógicamente la verdad que acaba de demostrar, sin reconocer el hecho de que a veces Dios entrega a ciertas personas a la destrucción para que perezcan en sus pecados. Faraón era un gentil y opresor de Israel. Dios le envió sus mensajeros demandando su sumisión. En su orgullo y fatuidad, en su insolencia y perversidad exclamó: "¿Quién es Jehová para que yo oiga su voz?" Hasta se atreve a desafiar al Altísimo, y Dios condesciende en aceptar el reto. Por eso dice Dios: "Para esto mismo te he levantado, para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea anunciado por toda la tierra". Dios no habla aquí con una criatura indefensa. Las palabras no se refieren al nacimiento de Faraón. Se refieren exclusivamente a la posición sobresaliente que Dios le confirió para que fuera una lección a todas las generaciones posteriores de la necedad de quien pretende luchar contra Dios. Los griegos solían decir: "Los dioses primero enloquecen a quienes quieren destruir". Es un principio que hasta los paganos pueden discernir con facilidad. Constatamos que opera aún el mismo principio, porque un Alejandro, un César y un Napoleón son permitidos llegar a la cumbre de casi todas las ambiciones humanas para ser despeñados ignominiosamente en los abismos de la execración.
De modo que Dios demuestra que tiene misericordia con quienquiere tener misericordia y endurece a quien quiere. El es el gobernador moral del universo y hace las cosas de acuerdo al consejo de su propia voluntad. "No hay quien estorbe su mano, y le diga: ¿Qué haces?" Si los hombres se atreven a ir de cabeza contra los caminos del Altísimo, tienen que experimentar las consecuencias de su justa ira.
Desde el versículo 19 hasta el fin del capítulo el apóstol acomete la objeción del fatalista que dice: "Concediendo todo cuanto usted afirma, quiere decir que los decretos de Dios son irresistibles y que yo soy un autómata que se mueve de acuerdo a la voluntad de Dios, carente de toda responsabilidad. ¿Por qué, entonces, me inculpa? ¿Sobre qué base puede juzgar a una criatura que no puede hacer ni andar sino como Dios se lo ordena? Resistir a tal voluntad es imposible. ¿Dónde, pues, queda la responsabilidad moral?”
Desde hace muchísimo tiempo se han presentado objeciones iguales o semejantes a la Soberanía Divina. Pero, como ya vimos que el apóstol tiene en vista el problema de los privilegios en la tierra solamente, tales objeciones caen por su propio peso. Es posible que el judío privilegiado no aprecie para nada las bendiciones que se derraman sobre él de un modo tan pródigo y, por consiguiente caiga bajo la condenación divina, mientras que el bárbaro ignorante, huérfano de todas las bendiciones de la civilización y de la luz, puede tener, a pesar de todo, una conciencia ejercitada que le conduzca a la presencia de Dios. De cualquier manera que sea, es el colmo de la impiedad que el pulgarcito de hombre pretenda sentar juicios sobre lo que Dios tiene que hacer. Es como si el vaso hecho en la rueda del alfarero le preguntara indignado a éste: "¿Por qué me has hecho así?" Porque está fuera de toda duda que quien tiene la inteligencia de fabricar vasos con arcilla, tiene el derecho de hacerlos de la forma y el tamaño que a él le parezca más conveniente. De la misma masa de barro puede hacer un vaso para honra, que esté colocado en un escaparate para ser admirado por las multitudes, y otro para menesteres más humildes como la cacerola que se emplea en la cocina y carece de la belleza y el abacado  del vaso. Si Dios el Hacedor, quien puede manifestar tanto la ira como el poder, soporta con gran paciencia vasos que provocan su indignación puesto que están provistos de voluntad, de modo tal que se hacen pasibles de destrucción, característica que no poseen los vasos salidos de la mano del alfarero, ¿podrá alguien culpar a Dios si manifiesta las riquezas de su gloria cuando trata con misericordia a otros vasos que El tiene en vista desde la eternidad para la gloria de su Hijo? Y tales vasos de misericordia son los llamados por Dios, ya sean judíos por nacimiento o gentiles. Pasaje tras pasaje del Antiguo Testamento se puede traer en requisitoria para demostrar que esta actitud de Dios no es nueva en su trato con los hombres, y que los profetas previeron que Israel sería puesto a un lado y los gentiles serían tomados en cuenta, tal como ha sucedido. Óseas testifica que Dios ha dicho: "Llamaré pueblo mío al que no era mi pueblo, y a la no amada, amada. Y en el lugar donde se les dijo: Vosotros no sois pueblo mío, allí serán llamados hijos del Dios viviente". Israel perdió todo derecho a ser llamado pueblo de Dios. Durante la dispensación actual, en que la gracia es derramada a los gentiles, Israel ha sido puesto a un lado como nación, aunque más tarde le será vuelta a manifestar la misma gracia que ahora disfrutan las otras naciones, y volverán los israelitas a ser llamados otra vez los hijos del Dios viviente. Isaías profetizó que, aunque el número de los hijos de Israel sería como la arena de la mar, sin embargo de esta enorme multitud un residuo solamente se salvaría, y eso en el día de la indignación del Señor en que El ejecute su juicio sobre la tierra. El mismo profeta vio que el pecado del pueblo es el pecado de las ciudades del llano y exclamó: "Si el Señor de los ejércitos no nos hubiera dejado descendencia, como Sodoma habríamos venido a ser, y a Gomorra seríamos semejantes".
¿A qué conclusión arribamos, entonces? A que los gentiles, que no tenían justicia, han alcanzado la justicia que es por la fe por medio de la gracia. Los gentiles no buscaron la justicia, pero Dios en su justicia los buscó y les hizo conocer el evangelio para que también puedan ser salvos. Israel, por la otra parte, a quien le fue dada la ley de rectitud y justicia, fue aun más culpable que los gentiles porque se rehusaron obedecerla y perdieron así la justicia que la ley quiso inculcarles.
¿Y por qué la perdieron? Porque no entendieron que se puede obtener por la fe solamente y que ninguna persona puede guardar esa ley santa y perfecta por su propio poder y capacidad. Cuando Dios envió al mundo a su Hijo, quien es la incorporación de toda perfección y en quien la ley se cumplió perfectamente, los judíos no lo reconocieron y tropezaron contra la piedra de escándalo de un Cristo humilde cuando esperaban a un rey triunfante. Como les faltó fe, no se dieron cuenta de su necesidad de alguien que pudiera cumplir la justicia en lugar de ellos, y al condenarlo, cumplieron lo que estaba escrito en la ley. Con todo, cada vez que el individuo lo recibe a El personalmente, obtiene la salvación, aunque la nación haya tropezado y caído. Todo esto de acuerdo a lo que se halla escrito: "He aquí pongo en Sion piedra de tropiezo y roca de caída; y el que creyere en él, no será avergonzado". Cuando el Salvador vino la primera vez trayendo gracia, ellos lo rechazaron, pero "la piedra que los edificadores desecharon, ha venido a ser la cabeza del ángulo". Cuando vuelva será como la piedra que cae como juicio sobre los gentiles, pero Israel, entonces arrepentido y regenerado, constará que El es la piedra angular.

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